La frase tantas veces repetida en los últimos meses se ha
convertido hoy en una dolorosa realidad. “El PP aprovecha la disculpa de la
crisis para demoler el Estado del Bienestar”. Tantas veces se ha repetido esta
idea que es más que posible que muchos ciudadanos pensasen que no era más que
demagogia o el desesperado ataque de quienes habíamos perdido las elecciones
frente a las medidas de Rajoy. Hoy, con seguridad, una vez recuperados de la
taquicardia deportiva, media España se
quedará sin respiración cuando se dé cuenta de que la sanidad pública, aquella
“joya de la corona”, aquél pilar del que tan orgullosos estábamos, ha pasado a
mejor vida, cuidadosamente amortajada en el BOE. Hoy, el Gobierno del PP ha
consumado un ataque sin precedentes dirigido a cambiar un modelo universal,
público y financiado con los presupuestos públicos por otro que ofrece
prestaciones sanitarias distintas según sea la situación laboral y hasta la
edad de los españoles.
Porque es ahí donde está el quiz de la cuestión: esta
reforma no tiene tanto que ver con la austeridad o el déficit como con el hecho
indudable de que se ha cambiado un modelo aprobado y consensuado desde 1986 –
con la aprobación de la Ley General de Sanidad- por otro desigual y con una
inercia que indica que las cosas sólo van a ir a peor. El PP ha decidido
modificar el elemento clave de la sanidad pública, la equidad ante las
prestaciones sanitarias, y lo ha hecho con la disculpa de la crisis y mezclando
en el debate el gasto farmacéutico – la parte de la sanidad en la que ya
existían diferencias entre usuarios, tanto entre CCAA como por situaciones
económicas: desempleados, pensionistas..- , la atención a extranjeros en
situación irregular o un supuesto “almacenamiento de fármacos” por parte de los
pensionistas.. Todo se ha hecho para evitar el debate e incluso la información
ciudadana respecto al hecho cierto de que hoy ha desaparecido la sanidad
pública tal y como la conocimos – y como la construimos-.
Porque, dígase con claridad, si el Ministerio y las CCAA
quieren evitar el almacenamiento de fármacos y el mal uso de los mismos, tienen
en su mano sobrados elementos para hacerlo: la receta electrónica, que permite
dispensar sólo el número de envases precisos en crónicos; las negociaciones con
las empresas farmacéuticas para que adapten los envases a la posología y dotar de la formación adecuada del personal
sanitario y farmacéutico para evitar la sobre-medicación. Por cierto, en este
Decreto de recortes hay una curiosa – aunque coherente con el modelo sanitario
del PP- cesión a los grupos farmacéuticos: tras todo el ruido hecho con el
catálogo de genéricos, resulta que se vuelve a la prescripción por marca en
algunos casos.
Si el Gobierno quiere evitar el “turismo sanitario” sólo
debe aplicar de manera adecuada la Directiva europea que rige la atención
sanitaria en otro país o atenerse a los convenios internacionales entre
Estados. Y si quiere evitar la inmigración irregular, podrá exigir que se dé
cuenta de las personas atendidas que no contaban con la documentación precisa;
dejar sin atención primaria a seres humanos por una situación administrativa
irregular es tan indigno como estúpido: la medida terminará saturando las
urgencias hospitalarias y castigando al sistema precisamente donde más sufre
las ineficiencias. Por cierto, la atención primaria a irregulares, en términos
económicos, significa un porcentaje ridículo del traído y llevado déficit
sanitario.
Pero hoy no se ha hablado sólo de irregulares o de gasto
farmacéutico. No. Hoy se ha aprobado, por ejemplo, que los mayores de 26 años,
españoles todos - y hasta cristianos viejos, algunos – que no hayan cotizado –
opositores, universitarios, personas que no hayan conseguido su primer
empleo…- habrán de entrar en el cupo de
las personas sin recursos y, por tanto,
sólo podrán obtener la prestación de asistencia sanitaria mediante el
pago de la correspondiente contraprestación o cuota derivada de la suscripción
de un convenio especial en el que el Estado deberá reconocerles como “personas
sin recursos”… incluso, claro, aunque sus padres sean millonarios.. Son ese
tipo de tonterías que terminan aprobándose cuando un gobierno empieza las
demoliciones.
España camina, de la mano del PP, a un cambio en los
sistemas públicos que han garantizado cierta equidad durante décadas y que han
permitido acceder a la educación superior o a una sanidad de primera a personas
que jamás hubieran podido hacerlo sin la aportación pública. La igualdad de
oportunidades o, lo que es lo mismo, que las posibilidades de curación o de
formación de un ciudadano no dependan de que su familia tenga dinero, es el eje
sobre el que se han desarrollado las sociedades que más han progresado.
Pero además, desde el punto de vista estrictamente
económico, es un grave error modificar estos sistemas públicos. Países tan poco
sospechosos de socialismo como USA se ven obligados a invertir cantidades
ingentes en una sanidad paliativa y, finalmente, han tenido que aprobar una
reforma del sistema que costará centenares de millones de dólares. Por si el
dato asistencial fuese insuficiente, baste recordar lo que la sanidad supone en
términos del PIB, de valora añadido, de generación de patentes, de
investigación y de aportación tecnológica. También en términos de innovación
empresarial estamos cegando el futuro.
Esta misma mañana, el investigador Pedro Alonso, una de las
máximas autoridades en la lucha contra la malaria, recordaba los beneficios de la
inversión en sanidad y en cooperación: “La aportación española a la prevención de
la malaria ha salvado cien mil vidas”. A quien no le muevan estas cifras debería
moverle el hecho de que la sanidad – interior y exterior- genera empleo, innovación
y dividendos.. Ah!, y, de paso, nos cura. O nos curaba…
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