sábado, 26 de noviembre de 2011

CÓDIGO 29



Tras varios días de respuestas y desmentidos, la Xunta ha anunciado el “desbloqueo” de oficio de las tarjetas sanitarias de los desempleados de larga duración, o sea, de las personas incluidas en el tristemente famoso “Código 29” – hasta el nombre es desafortunado- esa suerte de puerta de atrás por la que han de entrar en el sistema sanitario público gallego quienes han consumido la prestación por desempleo. La decisión final del Ejecutivo y el intento del Presidente gallego de desviar el debate hacia el pago por receta farmacéutica revelan la verdad: el Gobierno Feijoo aprobó un Decreto que, sencillamente, restringe derechos, limita el acceso de parados a la Atención Primaria y, de hecho, modifica un modelo sanitario público y universal.
El Código 29 es algo más que un modelo de tramitación – lento y farragoso, por cierto- al que deben someterse las personas en desempleo que no cobren prestación, es, en el fondo, un paso más en el cambio de una sanidad pública, otrora orgullo de país y hoy puesta en cuestión por tirios y troyanos. Con la crisis como disculpa, los gobiernos conservadores avanzan en un modelo sanitario abiertamente mixto, en que el sector privado tenga un peso mucho más importante que el actual y en que distintos colectivos sociales, - precisamente aquellos que son más demandantes de los servicios sanitarios- vean recortados una parte de sus derechos. Es, en definitiva, un modelo desigual, semipúblico, que deriva a las personas con más dificultades económicas a algo muy parecido a la antigua beneficencia.
Las reiteradas explicaciones de la señora Farjas y del propio Feijoo y las contradicciones exhibidas en su afán de reducir el escándalo no han hecho más que demostrar una realidad que a muchos les parecía inconcebible: el PP se dispone a cambiar un sistema sanitario cuya creación alcanzó un consenso social, político e institucional quizás único. Y lo hará, además, “por nuestro bien”, con la austeridad por bandera y previa anestesia colectiva bajo la amenaza de una crisis que no entendemos ni controlamos.
Desde el punto de vista operativo, remitir a urgencias a todas aquellas personas que tienen bloqueada la tarjeta sanitaria es un absoluto disparate. Desde el punto de vista ético, que los desempleados figuren en una aplicación sanitaria específica supone una violación de su intimidad y una vergüenza colectiva. Desde el punto de vista democrático, si el PP quiere cambiar el modelo debe decirlo con claridad; el sistema de cotización e impuestos se basa en el Pacto Social: uno paga lo que el corresponde a cambio de contar con un modelo público y universal; si vamos a tener un modelo desigual, con una sanidad social y económicamente segmentada quizás muchos elijan (elijamos) no cotizar. No me pida usted ayuda para dejar a una parte de la sociedad a un lado.

sábado, 19 de noviembre de 2011

EL PRECIO DE LA INFAMIA



El pasado 18 de octubre la Fiscalía Provincial archivó la denuncia presentada por el PP coruñés, acusando al Grupo Socialista a tres empresas de la ciudad de prevaricación y tráfico de influencias; frente a este archivo no cabe recurso. A nadie debe sorprender que tanto Carlos Negreira como su mano derecha, Julio Flores, que en su día acudió a la Audiencia a presentar la susodicha denuncia, hayan ocultado esta decisión de la Fiscalía, pese a haberla conocido hace semanas. Esta actitud no revela nada que no sepamos: el PP no buscaba la verdad denunciando “irregularidades” ya que conocía la pulcritud de los procedimientos y contaba con varios informes de funcionarios que daban fé de la limpieza de los mismos; el PP y Negreira sólo querían alcanzar la victoria electoral utilizando para ello un ejercicio de difamación colectiva ahora desmontado por la Justicia. Lo de menos era la verdad, lo único que importaba era la cantidad de ruido y fango que podían levantar… y de ambos hubo sobradas dosis.




Es obvio que el archivo de la denuncia y el contundente auto de la Fiscalía no contarán con el mismo eco mediático que mereció aquella “operación dedazo” que nación en los pasillos de la sede del PP local y que durante semanas sembró la alarma entre los ciudadanos mientras difamaba, con absoluta frialdad, a los miembros del anterior Gobierno local, a funcionarios, empresas, partidos políticos y personas cuyo único delito era ser socialistas. Nada arredró a Negreira y sus peones: ni los documentos oficiales, ni los informes de los funcionarios de más alta responsabilidad ni siquiera la petición de los representantes de los trabajadores de alguna de las empresas, ante el daño – quizás irreparable- que se estaba haciendo al buen nombre de las mismas. Nada. Baste contemplar en alguna foto que hoy recupera un medio de comunicación, la cara satisfecha de los ediles populares a la puerta de la Audiencia; el caso era envolver la infamia en un envoltorio de credibilidad, desgraciadamente bien fácil en un momento de crisis social, económica y política. Los ingredientes estaban servidos: los políticos son corruptos, las obras se regalan a los amigos, las empresas compran y venden voluntades, los funcionarios trafican con su trabajo…




Hoy, meses después, el archivo de la denuncia nos sirve, no para subsanar el daño causado – prácticamente imposible- ,sino para intentar devolver ante los ciudadanos el buen nombre de personas, empresas y políticos que fueron injustamente atacados y sometidos a un juicio público sólo por la ambición y falta de escrúpulos del Partido Popular. Funcionarios de trayectoria impecable cuyo trabajo fue cuestionado de manera irresponsable: desde el jefe de servicio de Contratación –hoy ya jubilado- a los habilitados del Estado o los responsables del área de obras públicas, especialmente dañados. Empresas coruñesas – Malvecín, Rivas y Erfinco- nacidas y consolidadas en nuestra ciudad, que generan actividad económica y dan empleo a decenas de familias y que fueron difamadas de manera gratuita, sólo para obtener réditos electorales. Personas como María Debén, que ya había sido víctima de una acusación falsa por parte del PP y que vió cómo su nombre y su familia eran arrastrados por el fango con toda frialdad, y cómo en algunos foros se daba más crédito al fango lanzado por el PP que a la verdad.




No todo vale en política. No todo debería valer para alcanzar el triunfo. Un ciudad como la nuestra no merecía haber visto cómo durante semanas se llenaba de sombras la gestión, no sólo de un Gobierno o de un partido político, sino de una institución emblemática, de sus trabajadores y de personas y empresas que a nadie habían dañado. La infamia debe pagar el precio del descrédito para quienes están dispuestos a manchar a los demás con tal de vencer. Hoy los ciudadanos sin duda recuperan la tranquilidad de saber que su Ayuntamiento nunca ha sido esa cueva de ladrones que dibujaba el PP de Negreira. Hoy sólo nos queda una pregunta que hacer: cuándo se decidirá el hoy alcalde a pedir perdón?.

sábado, 12 de noviembre de 2011

LA SONRISA DE MINHAJ




La sonrisa triste de Minhaj y sus inmensos ojos oscuros se cuelan en medio de la vorágine electoral y de las inquietantes noticias de una Europa que languidece antes de haber despegado del todo. Minhaj se nos apareció un día, envuelto en sus pobres pellejos, poniéndole una vez más cara a la miseria; pero en medio de tanta indignación del primer mundo, la miseria de siempre tiene poco espacio y enseguida lo guardamos en el baúl de las imágenes tantas veces contempladas como olvidadas.
Esta mañana Minhaj se abrió, de nuevo, hueco entre nuestros tormentos. Entre una Grecia convulsa, un Berlusconi tambaleante y gráficos amenazantes que, a fuerza de repetirse, han dejado de interesarnos. Minhaj sobrevivió – de momento- a la miseria que ni cotiza ni se desploma, porque se mantiene inalterable desde hace décadas. Sobrevivió a la enésima hambruna mal resuelta e incapaz de reservarse sus treinta segundos en un Telediario que no da abasto con las malas noticias. Antes el hambre aún tenía su minuto de gloria; ahora, sólo hay lugar para nuestras quejas y nuestras hipotecas.
Convendría, en esta catarsis continuada que vive la maltrecha Europa, no olvidar que los Minhaj que en el mundo han sido dependen también des este viejo continente que un día fue capaz de convertir su mala conciencia colonizadora en cooperación. El hambre tuvo su primera respuesta en Europa, y su primer teórico en Gunnar Myrdal, Nobel de Economía del 74, asesor del Gobierno socialdemócrata sueco y redactor, por cierto, de algunos trabajos de enorme interés defendiendo la reducción del déficit público. La izquierda europea impulsó la Cooperación al Desarrollo entendiendo que sólo desde el empoderamiento de las economías locales había remedio para el hambre. Desde entonces se han mezclado triunfos modestos - como el auge de los microcréditos- con sonoros fracasos, el último el de la fallida reconstrucción de Haití.
Es precisamente este último ejemplo, el del fracaso en la recuperación del país centroamericano, a pesar de las reuniones de donantes y del aparente torrente de financiación, el que nos obliga a no obviar las tareas pendientes con los países en desarrollo en este momento de urgencia del primer mundo. Nuestras emergencias no pueden engañarnos: la recuperación de la economía de los prósperos no basta; la indignación no puede circunscribirse a nuestro ombligo o el de nuestros vecinos sino que debe traspasar las prósperas fronteras occidentales para clamar también por la miseria de los que ni indignación tienen.
Europa no puede obviar el debate sobre el desarrollo de los países más pobres. La existencia de un puñado de llamados “emergentes” no puede ocultar que tras ese éxito se esconde una sociedad civil sin apenas derechos y un mercado laboral completamente injusto. A mayores, este progreso económico se limita a un puñado de ejemplos que difícilmente seguirán Estados sin estructura institucional ni infraestructura material alguna. Para que un país salga del subdesarrollo es imprescindible dotarle de cierta solvencia institucional y democrática; es posible que una sociedad subsista sin gobierno si puede apoyarse en estructuras institucionales regionales o supraestatales sólidas –caso de Bélgica- o si la fortaleza de su tejido social sustituye la legítima gobernanza –por ejemplo Italia- , pero es imposible la recomposición social y/o económica de un país que carece de todo ello, como demuestran los casos de Haití o el cuerno de África.
En cualquier caso, la pobreza no puede desaparecer de la agenda política europea. Si lo hace la Cooperación pasará a mejor vida y la esperanza de modernización, desarrollo y democratización de millones de personas habrá desaparecido. Y la sonrisa de Minhaj habrá sido sólo un breve paréntesis capaz, eso sí, de reconfortarnos lo suficiente como para olvidar el rostro estirado y burlón de Berlusconi.