Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, médico pediatra, demócrata apasionado, excéntrico, único, futbolista enorme con pie de bailarina, ha muerto esta noche, demasiado pronto.. como siempre sucede con los más grandes. Sócrates, el carismático jugador de aquella canarinha a la que jamás olvidaremos, se fue con su sonrisa amplia y sus ojos inmensos que siempre parecían buscar un lugar más allá..
Sucedió en el 82. En aquella España entre el “tejerazo” fallido y los 202 diputados de Felipe y Guerra, en aquél país que se desperezaba tras cuatro décadas de dictadura y ansiaba sentarse en las sillas de delante de una Europa menos timorata que la de ahora. Faltaban aún diez años para que las Olimpiadas nos abrieran las puertas de los éxitos deportivos y casi la mitad para que Fernando Morán firmase el Tratado de la UE, así que el Mundial de Fútbol era una especie de “presentación en sociedad” de un país siempre dispuesto a dudar de sí mismo.
Huérfanos de éxitos propios, España siguió con simpatía los primeros pasos de Camerún, con envidia de vecino mal llevado el preciosismo de la Francia de Platini –cuando no le aburría el fútbol-, con admiración el debut de un tal Maradona y con cierta resignación el avance de la escuadra azzurra que, como ya era tradición, ganaba apretando los dientes y con algo más que intensidad en el juego.. Pero por encima de todos, entre sambas, colorido y garotas sin fin, Brasil se coló en el alma y en los corazones de todo el país.. Falcao, Zico, Toninho Cerezo.. bailaban cada tarde entre el entusiasmo del público y la admiración de los rivales. Y entre todos, Sócrates, alto, espigado, con la mirada al frente y un guante para dar pases imposibles.. Sócrates era algo más que el director de aquél hermoso juego, era el portador del carisma colectivo de un equipo que pasaría a la historia entre los mejores.
Brasil no ganó. Ni siquiera llegó a la final. No estaba el momento para preciosismos y el fútbol, siempre caprichoso, eligió la contundencia de los azzurri. “No hay que jugar para ganar sino para que te recuerden”, manifestó el jugador-filósofo. Y ocncluyó “mala suerte para el fútbol”. Acertó en todo; de Italia recordamos el marcaje de un tal Gentile a Maradona y los saltos de alegría del entrañable Pertini. De Brasil lo recordamos todo, y a todos. Y especialmente a él, a Sócrates, el que se enfundaba camisetas reclamando democracia, el pediatra “naturista” , el de la vida excesiva que al final le mató, el que siempre quiso ir un poco más lejos.. Retirado del fútbol, Sócrates siguió siendo diferente: médico alternativo, cantante frustrado y un líder social al que jamás logró convencer Lula para que se dedicase a la política. Sócrates vivió y jugó como era, con esa alegría íntima que dan la intuición y la rebeldía. Nunca fue Campeón del mundo pero sin duda fue uno de los pocos que entendió perfectamente qué es el fútbol, una pasión colectiva de la que sólo somos capaces de recordar aquello que nos conmueve. No fue nunca Campeón del Mundo, pero siemrpe estará en el Olimpo de los grandes.
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