Portugal amanece sin sobresaltos y el sol del invierno templa la gelidez de un enero que no pasará a la historia lisboeta por ninguna circunstancia especialmente feliz. En el Palacio de Belem, Cavaco Silva desayuna sabiéndose de nuevo Presidente, sin necesidad de segundas vueltas y consciente de que el resultado del domingo no da para muchas alegrías. Portugal votó, una vez más, por el difícil ejercicio de la cohabitación y aseguró, como viene haciendo desde los setenta, un nuevo mandato al Presidente de la República.. pero el gran ganador de las elecciones lusas ha sido, sin duda, el desencanto...
Anibal Antonio Cavaco Silva, el liberal de gesto immperturbable, sonrisa distante y modales exquisitos, ocupará durante cuatro años la Presidencia de un país desolado y triste que no quiso ocultar, con una abstención de más del 53%, el desencanto con la política, la situación económica, las instituciones y, probablemente, consigo mismo. Lejos del dulzor melancólico de los fados y en las antípodas de la alegría bulliciosa “dos caraveis”, las elecciones portuguesas nos recuerdan más a aquél documental del 76 en el que Chávarri plasmaba, el cruel desafecto entre los miembros de la famiia Panero.
Así está Portugal... desencantada.. Sin entender bien cómo se llega del milagro europeo y de la Expo lisboeta a ser presa de los mercados.. sean quienes sean los mercados. Hace apenas unos meses, en las elecciones municipales, el electorado luso ratificó las políticas reformistas de Sócrates, permitiendo a los socialistas el mantenimiento de una parte improtante de las polazas locales y dando un ejemplo de solidez democrática e institucional, pero ayer, en las Presidenciales, conscientes de que nada se iba a mover frente a la Torre de Belem, decidieron quedarse en casa o recorrer las silenciosas calles sin acercarse a las mesas electorales.. ayer, en Portugal sólo ganó el desencanto.
Anibal Antonio Cavaco Silva, el liberal de gesto immperturbable, sonrisa distante y modales exquisitos, ocupará durante cuatro años la Presidencia de un país desolado y triste que no quiso ocultar, con una abstención de más del 53%, el desencanto con la política, la situación económica, las instituciones y, probablemente, consigo mismo. Lejos del dulzor melancólico de los fados y en las antípodas de la alegría bulliciosa “dos caraveis”, las elecciones portuguesas nos recuerdan más a aquél documental del 76 en el que Chávarri plasmaba, el cruel desafecto entre los miembros de la famiia Panero.
Así está Portugal... desencantada.. Sin entender bien cómo se llega del milagro europeo y de la Expo lisboeta a ser presa de los mercados.. sean quienes sean los mercados. Hace apenas unos meses, en las elecciones municipales, el electorado luso ratificó las políticas reformistas de Sócrates, permitiendo a los socialistas el mantenimiento de una parte improtante de las polazas locales y dando un ejemplo de solidez democrática e institucional, pero ayer, en las Presidenciales, conscientes de que nada se iba a mover frente a la Torre de Belem, decidieron quedarse en casa o recorrer las silenciosas calles sin acercarse a las mesas electorales.. ayer, en Portugal sólo ganó el desencanto.
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