En este mundo de la globalización, ciudades con necesidades y aspiraciones homologables, pugnan por encontrar su lugar y su sentido propio. En un tiempo en que todo es susceptible de ser catalogado y almacenado en un archivo cubierto de polvo gris, algunos lugares buscan tenazmente diferenciarse para marcar su propia agenda y diseñar un camino que le sea más propicio. En esta época, el riesgo es que en la ola de la crisis y la austeridad mal entendida, sucumban ideas capaces de hacer progresar a una colectividad humana, bajo el espeso manto de la indiferencia.
Coruña nunca quiso ser una más. Nuestra ciudad siempre aspiró a escribir su futuro, aunque fuese a tirones, consciente de que la vida, cuando lo es de verdad, se vive entre el acierto y los errores, entre el cielo y el purgatorio. Hace tres décadas la ciudad se rebeló ante su propia historia, una historia que le negaba la oportunidad de situarse en el corazón político y administrativo de Galicia, ese país que no se entendería sin la ciudad del Faro. La rebelión se convirtió en energía colectiva, en pensamiento, en acción y Coruña, una vez más, se pensó distinta, activa, vanguardista, cívica, culta.. con un destino propio.
Hoy, superadas las frustraciones autonómicas, la historia nos sorprende inmersos en la ola de la crisis pero sin saber ni a dónde vamos ni por qué.. En este mundo global, en esta crisis real, pocos riesgos mayores que el renunciar a dibujar el propio destino. Querer ser sólo uno más es idéntico a no querer ser nada. Los meses transcurridos desde las elecciones municipales nos han permitido contemplar, con cierto asombro, cómo el actual alcalde ha hecho una renuncia explícita a proponer un proyecto ambicioso, diferente y ambicioso, como la ciudad merece. Frente a ello encontramos un gobierno local timorato en sus decisiones, parco en sus objetivos y torpe en la gestión.En las últimas semanas, casi como un símbolo, asistimos a una situación inédita en una ciudad como la nuestra; el cierre de la Torre de Hércules, el del Teatro Colón y el esperpento del Ágora, que ha pasado de ser un centro cívico-cultural de referencia a un hermoso “continente” sin contenido ni dirección.
De hecho, el intempestivo cierre de la Torre de Hércules, monumento Patrimonio de la Humanidad y orgulloso símbolo de nuestra historia, es en sí mismo un triste resumen del gobierno de Carlos Negreira: una gestión que crea problemas donde no los había y dispuesto a borrar los éxitos del pasado. Una política de gestos, hueca en logros y más preocupada del pasado que del futuro. La Torre está cerrada por el capricho de un gobierno incapaz de resolver una cuestión menor, una concesión; con sus trabajadores en la calle, ante el desprecio por el empleo de un gobierno que acumula parados sin parpadear y poniendo en peligro el mantenimiento del título de la UNESCO, ante la indiferencia de un gobierno insensible. La Torre está cerrada y nadie sabe bien ni por qué ni hasta cuándo. Ni siquiera se oyen ahora aquellas voces que airadas defendían la defensa del monumento, ni siquiera las de aquellos que acompañaron al gran Manito en su sueño universal.
Cuando uno no sabe a dónde quiere ir, ni tiene un objetivo definido, ni un proyecto en el que cree lo más sencillo es demoler el pasado.. al menos así se rebajarán las expectativas ciudadanas sobre el presente. Cuando uno no tiene ambición ni comprende la grandeza del lugar que ocupa, lo fácil es que termine despreciando su tarea. Negreira carece de un proyecto para esta ciudad, así que ha elegido el camino del pelotón.. ser uno más, oscuro, gris como los hombres que robaban el tiempo y la ilusión a Momo. El gris que protege a los que nada especial quieren para los suyos. Negreira no comprende la grandeza de esta ciudad y de la tarea que le fue encomendada; quizás por ello nos somete a la indiferencia ante lo que fuimos, al desprecio por lo que un día nos hizo sentir grandes, a lo peor que puede vivir una comunidad, el expolio emocional.
1 comentario:
Carallo, como corres pa sacala foto!!
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