“Quizás es un mal más grande, el que nosotros estamos padeciendo que el que esos pobres están sufriendo”… Cuando estas palabras sonaron en la tarde radiofónica, estoy segura que el astuto Rouco se preguntó a sí mismo si había sido tan buena idea mandar a su discípulo, Munilla, a la diócesis donostiarra para terminar con el poderío de la llamada “Iglesia vasca” y si al final habría valido la pena la soterrada lucha que le supuso dicho nombramiento. Pero era tarde ya para volver atrás… Munilla había llegado a San Sebastián en medio de la polémica y estaba en su salsa: haciendo declaraciones. El “obispo mediático”, como le llaman sus detractores, había saltado, una vez más, al ruedo.
En realidad no es la primera vez que las declaraciones de José Ignacio Munilla levantan airadas reacciones; la prudencia y el recato nunca han sido su fuerte. Vasco, recio, extrovertido y extremadamente conservador, Munilla labró su carrera eclesiástica combinando la ortodoxia en lo doctrinal con un aire “ye-ye” en sus exposiciones que le convirtieron en uno de los obispos más conocidos y con más apariciones “estelares” en los medios de comunicación. Articulista del ABC, bloguero, de verbo fácil… el que en su día fuera el prelado más joven de España llevaba años preparándose para el que sabía era su destino: reemplazar en la diócesis guipuzcoana a la larga estirpe de obispos nacionalistas y sustituir el credo abertzale por la doctrina más tradicionalista emanada hoy de la cúpula de la Conferencia Episcopal.
El protegido de Rouco Varela sabía que su aterrizaje en el País Vasco no sería fácil, pero su trayectoria avalaba su capacidad para mantenerse en el ojo del huracán sin alterar un solo músculo en su calculada sonrisa. El día de su homilía de presentación, tras cartas de protesta, declaraciones altisonantes y manifestaciones de lo más variopintas, le aplaudieron durante 8 minutos… Qué más se puede pedir?. Así que Munilla supo que había ganado a los Uriartes, Setienes y Eguibares; sus ovejas le querían y él podía mostrarse tal cual era… Él, que dijo dudar desde el punto de vista científico de la Teoría de Darwin; él, que calificó la homosexualidad de “trastorno neurótico” y que recomendó a Zapatero “no acercarse a la comunión”, no estaba dispuesto a dejar pasar una ocasión como la que le brindaba una entrevista en la SER, en prime time, en uno de los programas de más audiencia de la radiodifusión española…?.
Y allá se fue… encantado de haberse conocido y dispuesto a poner los puntos sobre las íes. Y mientras decenas de miles de cadáveres siguen sin encontrarse, mientras miles de familias buscan a sus desaparecidos, mientras un país entero ha sido engullido por la tierra y el mundo entero se estremece ante la tragedia, el gran Munilla nos advierte que peor es nuestra “pobreza espiritual” y que más pena damos nosotros que “esos pobres que sufren”. Es lo que tiene sentirse ungido por la Verdad y saberse clarividente. Es lo que tiene no sentir vergüenza de uno mismo.. Así, mientras Rouco daba un respingo, Genma Nierga se quedaba muda y media España se abochornaba, Munilla se empeñaba en explicarlo… y la explicación era, si cabe, peor.. “al menos esos pobres que sufren, rezan y creen…”. Ah!, bueno, siendo así..
Entretanto, “la otra Iglesia”, la que no llega a los obispados ni la entrevistan ni nada, la de los pobres, la de las monjas y los curas que se juegan la vida por los que no tienen nada desescombra piedra a piedra, en el país del vudú y la santería, buscando vidas - de fieles o infieles – que aún puedan salvar. Pues nada, Ilustrísima, hasta otra!.
En realidad no es la primera vez que las declaraciones de José Ignacio Munilla levantan airadas reacciones; la prudencia y el recato nunca han sido su fuerte. Vasco, recio, extrovertido y extremadamente conservador, Munilla labró su carrera eclesiástica combinando la ortodoxia en lo doctrinal con un aire “ye-ye” en sus exposiciones que le convirtieron en uno de los obispos más conocidos y con más apariciones “estelares” en los medios de comunicación. Articulista del ABC, bloguero, de verbo fácil… el que en su día fuera el prelado más joven de España llevaba años preparándose para el que sabía era su destino: reemplazar en la diócesis guipuzcoana a la larga estirpe de obispos nacionalistas y sustituir el credo abertzale por la doctrina más tradicionalista emanada hoy de la cúpula de la Conferencia Episcopal.
El protegido de Rouco Varela sabía que su aterrizaje en el País Vasco no sería fácil, pero su trayectoria avalaba su capacidad para mantenerse en el ojo del huracán sin alterar un solo músculo en su calculada sonrisa. El día de su homilía de presentación, tras cartas de protesta, declaraciones altisonantes y manifestaciones de lo más variopintas, le aplaudieron durante 8 minutos… Qué más se puede pedir?. Así que Munilla supo que había ganado a los Uriartes, Setienes y Eguibares; sus ovejas le querían y él podía mostrarse tal cual era… Él, que dijo dudar desde el punto de vista científico de la Teoría de Darwin; él, que calificó la homosexualidad de “trastorno neurótico” y que recomendó a Zapatero “no acercarse a la comunión”, no estaba dispuesto a dejar pasar una ocasión como la que le brindaba una entrevista en la SER, en prime time, en uno de los programas de más audiencia de la radiodifusión española…?.
Y allá se fue… encantado de haberse conocido y dispuesto a poner los puntos sobre las íes. Y mientras decenas de miles de cadáveres siguen sin encontrarse, mientras miles de familias buscan a sus desaparecidos, mientras un país entero ha sido engullido por la tierra y el mundo entero se estremece ante la tragedia, el gran Munilla nos advierte que peor es nuestra “pobreza espiritual” y que más pena damos nosotros que “esos pobres que sufren”. Es lo que tiene sentirse ungido por la Verdad y saberse clarividente. Es lo que tiene no sentir vergüenza de uno mismo.. Así, mientras Rouco daba un respingo, Genma Nierga se quedaba muda y media España se abochornaba, Munilla se empeñaba en explicarlo… y la explicación era, si cabe, peor.. “al menos esos pobres que sufren, rezan y creen…”. Ah!, bueno, siendo así..
Entretanto, “la otra Iglesia”, la que no llega a los obispados ni la entrevistan ni nada, la de los pobres, la de las monjas y los curas que se juegan la vida por los que no tienen nada desescombra piedra a piedra, en el país del vudú y la santería, buscando vidas - de fieles o infieles – que aún puedan salvar. Pues nada, Ilustrísima, hasta otra!.
3 comentarios:
Lejos quedan los tiempos de catequésis y preparación para la Primera Comunión.
Lejos quedan los tiempos en que aquellos catequistas y clérigos me hicieron comprender que yo era hijo de pobres y por tanto pobre de espíritu.
Lejos quedan los tiempos donde las lágrimas caian de mis ojos, cuando veía que la Iglesia me separaba de los niños ricos.
Lejos quedan los tiempos donde dejé de creer en aquella Iglesia.
Y muy lejos queda el futuro para que yo vuelva a creer.
Moriré, tarde o temprano me convertiré en polvo, pero bien saben mis allegados que mi última voluntad es que ningún representante de ésta Iglesia esté presente.
Soy carne de Infierno, lo sé, lejos quedan los tiempos en que por ser pobre me condenaron.
Excelente el retrato del angelito Mar...sigo diciendo que mientras los cardenales no dejen de comprarse hábitos valorados en miles de euros en las insignes satrerías italianas, y el Vaticano no venda todos sus tesoros, e imitando a francisco de Asís, no salgan por el mundo a ayudar a los demás, yo voy a seguir por libre, buscando algún retazo de solidaridad con mi vecino....gracias por tus palabras.
Un abrazo
Con lo necesitado que está el mundo de otro mensaje, del original (facilón) pero auténtico de la iglesia católica, va este hombre y olvida lo de paz, amor y hermandad...
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