lunes, 2 de mayo de 2011

EL REY LEÓN



Ayer noche dejé sin terminar un pequeño artículo sobre la figura de Barack Obama, sus dificultades como gobernante, su carisma como líder y la situación internacional y de orden interna que le había tocado asumir. Se ve que alguna musa majeta me sopló al oído que dejara el post a medio hacer, segura de que al día siguiente tendría más y mejor material para opinar sobre el político más influyente de esta primera etapa del siglo XXI. La verdad es que la trascendencia de la eliminación de Osama Bin Laden por parte de la inteligencia americana y la influencia que este hecho tendrá sobre el devenir del Gabinete Obama obligan a un planteamiento radicalmente diferente al de hace 24 horas.

La muerte del líder de Al Quaeda - el personaje más odiado por la opinión pública americana desde Hitler – y la identificación de este éxito de los servicios secretos con el propio Obama, le llegan al Presidente en un momento especialmente difícil. Atravesado ya el ecuador de su mandato, quien revolucionara la política mundial con sus planteamientos propositivos y con una acertada reinterpretación del espíritu luchador y creativo de la sociedad americana, veía esta Legislatura convertida en una difícil carrera de obstáculos. Obama, el feliz intérprete del “yes, we can”, había pasado de generar el fervor nacional e internacional a lidiar con el descontento creciente de los suyos y enfrentarse a algunas de las crisis mundiales más complejas de las últimas décadas.




Incapaz de imponer la reforma sanitaria que ambicionaba, la negociación de esta medida supuso la primera gran decepción para el propio Presidente y para una parte notable de sus votantes. La economía tampoco dio las alegrías esperadas, con una ralentización en el crecimiento que lastró buena parte de su programa económico y le obligó a impulsar un plan de inversiones extraordinario – similar al de la década de los treinta del siglo pasado – que tampoco tuvo una feliz tramitación. Poco a poco, los Republicanos fueron generando un nuevo movimiento, el Tea Party, que amenazaba con frustrar las ambiciones demócratas de cara a la reelección hasta que el atentado de Tucson brindó a Presidente una oportunidad para reafirmar su liderazgo en medio de una situación política y social de extrema crispación. En aquél difícil momento, Obama fue capaz de recuperar el tono perdido y de ofrecer de nuevo su mejor versión: la del líder carismático pero conciliador, clarividente pero que se siente un ciudadano más, capaz por tanto de generar un amplio acuerdo nacional.




Si en el orden interno la Legislatura está siendo complicada, la política internacional pasó de ser un bálsamo a un nuevo foco de conflictos. De los inspirados discurso de El Cairo, la retirada de Irack, el liderazgo mundial indiscutible y la discreta eficacia de la señora Clinton a las filtraciones de Wickileaks, revelando una diplomacia siempre prepotente, a menudo chismosa y a ratos desleal que ha generado malestar en el grueso de los gobiernos de uno y otro color. Ni siquiera la razonable habilidad con la que Hillary Clinton y Obama se han manejado ante los movimientos democratizadores de los países islámicos han bastado para devolver la tranquilidad y la confianza en los USA a la comunidad internacional.




Las últimas semanas Obama se enfrentó a una nueva estrategia de la derecha americana, colocando la biografía del Presidente en el centro del debate y forzando al Gabinete presidencial a hacer pública la certificación de nacimiento del mismo, generando nuevas y diversas críticas de uno y otro lado. El sábado, Obama tiró de nuevo de talento y de talante para hacer frente a este desafío conservador y ridiculizar al multimillonario Trump delante de periodistas y corresponsales en una jocosa intervención sobre el absurdo debate acerca de su nacimiento. Es más que probable que en el momento en que el Presidente deleitaba a la nutrida concurrencia y hacía enrojecer al ex marido de Ivana con un video de Simba, el Rey León, ya hubiese dado su conformidad para que la CIA atacase y eliminase a Bin Laden.




La muerte de Osama Bin Laden es algo más que la eliminación del líder de Al Quaeda; es un símbolo de que el liderazgo y la capacidad de la inteligencia americana permanece intacta a través de los años. Obama ha devuelto la estima al maltrecho orgullo yanqui, aún incómodo tras verse reflejado en las revelaciones de Wickileaks, incapaz de resolver satisfactoriamente situaciones enquistadas como Afganistán y temerosa ante la evolución de las crisis libia y siria. Para el pueblo americano, Bin Laden era la encarnación del miedo y el terror como Hitler fue, en su día, el retrato de la infamia. El 11-S supuso mucho más que el mayor atentado en la historia americana: cambió la vida y la percepción propia de una sociedad en la que la seguridad individual y colectiva tiene un enorme valor. De paso, Bin Laden nos cambió la vida a todos; aquél 11 de septiembre empezó una nueva era en la que todos nos colocamos como posibles víctimas: Bali, Londres, Madrid..




Obama ha cumplido la promesa que Bush hiciera en su día y quizás esta sea la mayor paradoja. El actual Presidente se situó en las antípodas del anterior, en la política nacional y especialmente en la exterior. En su comparecencia de prensa Obama insistió en lo que ha sido su obsesión desde el inicio de su Legislatura: no hay una guerra contra el Islam, el enemigo no es el Islam ni la religión ni el mundo árabe, sino el terrorismo y los terroristas. Lo que algunos miopes definieron en su día como debilidad o blandura no fue sino una estrategia inteligente para evitar la radicalización en favor de Al Quaeda que podría suceder a las operaciones americanas en el exterior. Los movimientos ciudadanos de estos meses dieron la razón a Obama: no eran movimientos contra los USA, no había quema de barras y estrellas sino gritos de libertad y democracia. Bin Laden no había conseguido capitalizar el descontento de los países árabes y su liderazgo era hoy mucho más débil. Desde esta noche Obama tiene un triunfo más y un nuevo símbolo que añadir a la historia americana. Donald Trump debería ir pensando en financiar la segunda parte del Rey León.

1 comentario:

Anónimo dijo...

post impresionante. Realmente disfruté la lectura de su blog.