La gigantesca ola que engulló el norte de Japón, dejó mucho más que desolación física a su paso. Japón, uno de los gigantes económicos de nuestro mundo contemporáneo, apenas empezaba a percibir la recuperación de casi dos décadas de letargo en los que pasó de asumir una posición de liderazgo mundial a ceder – no sin cierto sentimiento de humillación nacional – este puesto de privilegio a su eterna adversaria, China, y a sentir el soplo en la nuca de los llamados emergentes. Los japoneses comenzaban a notar los primeros síntomas de una recuperación que su economía precisaba de manera urgente en medio, eso si, de una crisis social y política de enorme trascendencia para un país con los principios y valores tradicionales en la sociedad nipona.
Hoy, buena parte de esa recuperación yace bajo el fango y los escombros de un desastre natural de consecuencias impredecibles, al cruzarse la “variable nuclear”, como algún opinador de referencia llamó al estado de alarma desatado ante la situación de las centrales afectadas – tres en este momento – por el seísmo, las réplicas y el tsunami. Con el índice nikei tocando fondo, la opinión pública internacional cuestionando la bondad de la energía nuclear y los dirigentes de mayor relevancia mundial con un ojo puesto permanentemente en Tokio, los japoneses intentan mantener la calma, cumplir los protocolos de seguridad y sostener, aunque sea de manera precaria, la cohesión institucional y social ante la mayor crisis que vive este país tras la II Guerra Mundial.
A pesar del enorme desastre natural y del peligro nuclear, conviene no despreciar el ejemplo nipón. El terremoto demostró que una sociedad tecnologicamente avanzada, ordenada, con un importante sentido de la responsabilidad colectiva y que cumple los protocolos de seguridad y prevención, puede superar o al menos minimizar los efectos de una situación gravísima. Es reconfortante, en momentos en que algunos, de manera irresponsable, insisten en clamar “menos leyes, menos Estado”, comprobar cómo una sociedad es capaz de demostrar para qué valen las normas cuando se cumplen y la importancia del sentido cívico y del respeto a las instituciones. Japón ha dado un magnífico ejemplo, del que deberíamos todos aprender; el sálvese quien pueda o el “en mi casa mando yo”, son sólo bravuconerías que sirven para hacer titulares pero en nada valen para mejorar la vida de los ciudadanos, crear sociedades que progresan y mucho menos en momentos especialmente críticos.
La otra gran lección es la necesidad de afrontar el debate sobre la energía nuclear con todos los elementos sobre la mesa. Cierto que las demandas energéticas de las sociedades contemporáneas interpelan a los gobiernos a la hora de definir propuestas sostenibles que den respuesta a las necesidades y cierto también que entre estas propuestas tiene cabida la energía nuclear - incluso en países cuyo compromiso ambiental y social es indiscutible - pero el riesgo inherente a esta opción en ningún caso puede obviarse y que deben situarse en el centro del debate. Japón, el país más solvente desde el punto de vista de la tecnología se muestra hoy incapaz de frenar la alarma nuclear; como se dijo en estos días, si Japón no puede, quién podría?.
La decisión anunciada por la señora Merckel de no prolongar la vida de las centrales no es una más, sino un punto de inflexión en un camino que parecía inevitablemente dirigido a abrazar la energía nuclear. Las palabras de Oettinger, el Comisario europeo de la energía, calificando la situación japonesa como “apocalypsis” no deja lugar a dudas, el futuro de la energía atómica habrá de reconsiderarse.
Hoy, buena parte de esa recuperación yace bajo el fango y los escombros de un desastre natural de consecuencias impredecibles, al cruzarse la “variable nuclear”, como algún opinador de referencia llamó al estado de alarma desatado ante la situación de las centrales afectadas – tres en este momento – por el seísmo, las réplicas y el tsunami. Con el índice nikei tocando fondo, la opinión pública internacional cuestionando la bondad de la energía nuclear y los dirigentes de mayor relevancia mundial con un ojo puesto permanentemente en Tokio, los japoneses intentan mantener la calma, cumplir los protocolos de seguridad y sostener, aunque sea de manera precaria, la cohesión institucional y social ante la mayor crisis que vive este país tras la II Guerra Mundial.
A pesar del enorme desastre natural y del peligro nuclear, conviene no despreciar el ejemplo nipón. El terremoto demostró que una sociedad tecnologicamente avanzada, ordenada, con un importante sentido de la responsabilidad colectiva y que cumple los protocolos de seguridad y prevención, puede superar o al menos minimizar los efectos de una situación gravísima. Es reconfortante, en momentos en que algunos, de manera irresponsable, insisten en clamar “menos leyes, menos Estado”, comprobar cómo una sociedad es capaz de demostrar para qué valen las normas cuando se cumplen y la importancia del sentido cívico y del respeto a las instituciones. Japón ha dado un magnífico ejemplo, del que deberíamos todos aprender; el sálvese quien pueda o el “en mi casa mando yo”, son sólo bravuconerías que sirven para hacer titulares pero en nada valen para mejorar la vida de los ciudadanos, crear sociedades que progresan y mucho menos en momentos especialmente críticos.
La otra gran lección es la necesidad de afrontar el debate sobre la energía nuclear con todos los elementos sobre la mesa. Cierto que las demandas energéticas de las sociedades contemporáneas interpelan a los gobiernos a la hora de definir propuestas sostenibles que den respuesta a las necesidades y cierto también que entre estas propuestas tiene cabida la energía nuclear - incluso en países cuyo compromiso ambiental y social es indiscutible - pero el riesgo inherente a esta opción en ningún caso puede obviarse y que deben situarse en el centro del debate. Japón, el país más solvente desde el punto de vista de la tecnología se muestra hoy incapaz de frenar la alarma nuclear; como se dijo en estos días, si Japón no puede, quién podría?.
La decisión anunciada por la señora Merckel de no prolongar la vida de las centrales no es una más, sino un punto de inflexión en un camino que parecía inevitablemente dirigido a abrazar la energía nuclear. Las palabras de Oettinger, el Comisario europeo de la energía, calificando la situación japonesa como “apocalypsis” no deja lugar a dudas, el futuro de la energía atómica habrá de reconsiderarse.
4 comentarios:
Es cierto que nadie puede prever un desastre natural, pero, desafortunamente, parte de la gran tragedia de estos días es la consecuencia directa de una decisión política y no de las fuerzas de la naturaleza.
La energía nuclear tiene graves problemas no resueltos, como por ejemplo la gestión de los residuos, Inseguridad, riesgo de accidente, etc.
Tiene otro grave problema: Alguien tiene que pagar el seguro de accidente. ¿Quién lo paga, la sociedad entera para que una empresa privada saque el beneficio? Y ¿para qué necesitamos la energía nuclear? Tenemos muchísima más energía procedente del Sol que la que podamos sacar de todo el uranio que hay en la Tierra.
La energía nuclear no solamente es peligrosa, sino que es incontrolable por el hombre, como se está comprobando. Ya no son sólo los accidentes contínuos o las supuestas excepciones de Three Mile Island en Estados Unidos o Chernobyl en Rusia, los dos precedentes más graves hasta el momento.
En España, aún estamos a tiempo de rectificar. No vale con lamentarse. Hay que exigir a Zapatero que nos proteja de correr riesgos similares a los que esta expuesta la población japonesa. Hay que decirle claramente que nunca es tarde para rectificar.
Son necesarias las renovables, las fuentes fósiles y sobre todo la eficiencia y el ahorro energético.
Este blog ha sido incorporado a nuestro listado.
Desde luego, tienes mucha razón, Mar, ahora no enfocamos la magnitud del desastre porque el amarillismo de los medios ha impuesto la política fácil populista, que no aborda los grandes retos de nuestro siglo: la energía, el calentamiento global, las desigualdades. Por lo menos en nuestro IES de Cee los alumnos se están movilizando para recaudar algo y enviarlo a sus compañeros japoneses. Pensar en global, actuar en local.
TEndrán que pasar aún algunos años para saber la verdadera repercusión de las fugas de la central nuclear de Fujushima.
De momento sabemos aquello que los japoneses que son "tan suyos" nos van queriendo contar y que mucho me temo, está muy suavizado.
Me sorprende lo lejos que nos queda Japón (y no me refiero a geograficamente, que también), lo lentísimo que se están organizando ayudas, parece que no va con nosotros.
Sin embargo me alegra comprobar como ha sido un toque de alerta para otros países que están revisando sus centrales nucleares y adoptando mayores medidas de seguridad.
Aunque me pregunto si hay algo realmente seguro ante una catástrofe como la ocurrida en Japón.
Saludos
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