En dos días se nos han ido dos de esos “secundarios” que les llaman que, al final de sus vidas, el público descubre que han sido, si cabe, más imprescindibles que las estrellas, especialmente para enganchar y mantener el amor de la gente anónima, cuando se apaga el brillo que desprende los mejores.. Porque hay un momento en el mundo del espectáculo – sea cual sea el espectáculo – en que la grandeza se atasca, el fulgor se vuelve gris y los españolitos de a pie nos iríamos a casa muertos de asco jurando no volver a pisar teatros, cines o tartanes si no fuera que llevamos el alma prendida por el coraje de los que están allí siempre.. las noches buenas y las malas, los que llenan de auténtico sentido y sentimiento el arte, los que, siendo relleno, acaban siendo principales.
Si Manuel Alexandre hubiera nacido en Wisconsin, sería como Gene Hackman o como Morgan Freeman y se habría llevado a la otra vida dos o tres Oscars. Alexandre como Bódalo, José Luis Ozores, las Guetierrez Caba, López Vázquez o tantos otros formaron parte de ese grupo de genios de la escena que labraron el difícil camino del arte escénico español desde la postguerra y sobre los cuales se sustentó el despegue que el arte patrio vivió décadas después, cuando Hollywood descubrió que entre África y los Pirineos había mucho talento.
Manuel Alexandre, metido en un cuerpo que parecía frágil pero le duró 93 años y con una de las voces más características del panorama artístico español, se convirtió en un imprescindible para teatro, cine y televisión, por tanto, para nuestras vidas. Actor fetiche para Berlanga, magnífico recreando a Valle Inclán, espléndido en productos televisivos como Fortunata y Jacinta, a Alexandre le admiraban todos y le querían aún más. Gran actor y persona honesta, su voz se elevó, sin temblor, para reclamar un mundo sin guerras en aquella gala del 93 cuando los Goya se constituyeron en una plataforma más para denunciar la intervención en Irak. “En el mundo no debería haber, nunca más, guerras”. Alexandre se va con discreción, casi trabajando y será despedido y honrado donde los más grandes, en el Teatro Español de Madrid.
Al cántabro Juan Carlos Arteche, amigos y adversarios le llamaban “Artechembauer”. Los unos para comparar la seguridad que el aguerrido colchonero daba a aquél Atlético que ya era “el Pupas” y los otros para cachondearse de la diferencia técnica entre el mítico capitán alemán y el no menos mítico rojiblanco. Cierto que, desde el punto de vista técnico, media un abismo entre ellos pero no lo es menos que, futbolísticamente, ambos tienen significados idénticos para los equipos y las aficiones de las que formaron parte y para su historia. Arteche era un central tosco, fuerte y duro; ni era preciosista ni le hacía falta porque Arteche era, por encima de todo, el Atleti.
Juan Carlos Arteche era otro “secundario” que, al final, fue actor principal de su propia vida, de su carrera futbolística y de la historia colchonera.. qué manera de perder, qué manera de sufrir, que diría Sabina.. pero frente a las derrotas y al sufrimiento, Arteche apretaba los dientes y se echaba hacia adelante, protegía a la zaga y su equipo respiraba tranquilo.. el gladiador estaba allí para salvarlos. Pero lo más difícil estaba por llegar. Arteche quería demasiado al Atleti como para asistir callado y sumiso al bochornoso espectáculo de la entronización de Jesús Gil. Aquél día, cuando además de un futbolista hacía falta una persona con valor, con principios y con lealtad, Arteche levantó su voz frente a la ignominia que iba a cubrir el alma colchonera porque tal vez el Kaiser le ganara en técnica, pero en honradez y vergüenza no le ganaba nadie. Arteche protestó y lo pagó con un despido que debería llenar de deshonra a quienes lo indujeron y toleraron. Años después el jugador ganó en los tribunales lo que Gil quiso robarle, pero al Atleti le hurtaron la oportunidad de despedir con señorío a uno de los más grandes.
Luego llegó el cáncer y allí esperaba de nuevo el gladiador: “o pasa el bicho o paso yo, y no puedo dejar que me gane”, explicaba, ejerciendo una vez más de central, esta vez de su propia vida. Pasó el bicho y le ganó, pero sólo una batalla porque la guerra de la memoria, la dignidad y el recuerdo la ganan siempre los “Arteches” de la vida que no se callan ante las injusticias y los “Alexandres” que llenan de emoción nuestros recuerdos y nos devuelven la capacidad de ser rebeldes hasta el final de nuestros días.
Si Manuel Alexandre hubiera nacido en Wisconsin, sería como Gene Hackman o como Morgan Freeman y se habría llevado a la otra vida dos o tres Oscars. Alexandre como Bódalo, José Luis Ozores, las Guetierrez Caba, López Vázquez o tantos otros formaron parte de ese grupo de genios de la escena que labraron el difícil camino del arte escénico español desde la postguerra y sobre los cuales se sustentó el despegue que el arte patrio vivió décadas después, cuando Hollywood descubrió que entre África y los Pirineos había mucho talento.
Manuel Alexandre, metido en un cuerpo que parecía frágil pero le duró 93 años y con una de las voces más características del panorama artístico español, se convirtió en un imprescindible para teatro, cine y televisión, por tanto, para nuestras vidas. Actor fetiche para Berlanga, magnífico recreando a Valle Inclán, espléndido en productos televisivos como Fortunata y Jacinta, a Alexandre le admiraban todos y le querían aún más. Gran actor y persona honesta, su voz se elevó, sin temblor, para reclamar un mundo sin guerras en aquella gala del 93 cuando los Goya se constituyeron en una plataforma más para denunciar la intervención en Irak. “En el mundo no debería haber, nunca más, guerras”. Alexandre se va con discreción, casi trabajando y será despedido y honrado donde los más grandes, en el Teatro Español de Madrid.
Al cántabro Juan Carlos Arteche, amigos y adversarios le llamaban “Artechembauer”. Los unos para comparar la seguridad que el aguerrido colchonero daba a aquél Atlético que ya era “el Pupas” y los otros para cachondearse de la diferencia técnica entre el mítico capitán alemán y el no menos mítico rojiblanco. Cierto que, desde el punto de vista técnico, media un abismo entre ellos pero no lo es menos que, futbolísticamente, ambos tienen significados idénticos para los equipos y las aficiones de las que formaron parte y para su historia. Arteche era un central tosco, fuerte y duro; ni era preciosista ni le hacía falta porque Arteche era, por encima de todo, el Atleti.
Juan Carlos Arteche era otro “secundario” que, al final, fue actor principal de su propia vida, de su carrera futbolística y de la historia colchonera.. qué manera de perder, qué manera de sufrir, que diría Sabina.. pero frente a las derrotas y al sufrimiento, Arteche apretaba los dientes y se echaba hacia adelante, protegía a la zaga y su equipo respiraba tranquilo.. el gladiador estaba allí para salvarlos. Pero lo más difícil estaba por llegar. Arteche quería demasiado al Atleti como para asistir callado y sumiso al bochornoso espectáculo de la entronización de Jesús Gil. Aquél día, cuando además de un futbolista hacía falta una persona con valor, con principios y con lealtad, Arteche levantó su voz frente a la ignominia que iba a cubrir el alma colchonera porque tal vez el Kaiser le ganara en técnica, pero en honradez y vergüenza no le ganaba nadie. Arteche protestó y lo pagó con un despido que debería llenar de deshonra a quienes lo indujeron y toleraron. Años después el jugador ganó en los tribunales lo que Gil quiso robarle, pero al Atleti le hurtaron la oportunidad de despedir con señorío a uno de los más grandes.
Luego llegó el cáncer y allí esperaba de nuevo el gladiador: “o pasa el bicho o paso yo, y no puedo dejar que me gane”, explicaba, ejerciendo una vez más de central, esta vez de su propia vida. Pasó el bicho y le ganó, pero sólo una batalla porque la guerra de la memoria, la dignidad y el recuerdo la ganan siempre los “Arteches” de la vida que no se callan ante las injusticias y los “Alexandres” que llenan de emoción nuestros recuerdos y nos devuelven la capacidad de ser rebeldes hasta el final de nuestros días.
2 comentarios:
Mar, estos dias esta sonando una canción con una letra que a mi no me gusta nada.
decir antetodo que tengo militancia en le PSOE y si en algo me gusto Pachi fue cuando dijo aquello de " un hombre, una mejer...un cargo"
ahora parce qu aquela candión se le quiere modificar la letra, pero que siga con la misma musica, los de siempre con todos los cargos y los otros en casa, pegando carteles, pues por ahi no paso... en caso de que Pachi cambie la letra de mi canción, ya no me tendrá a su lado, me t endra en frente, lo siento pero no consiento que se me engañe.
no se si es achi o sois los que os quereis ir de concejales y mantener vuestas prevendas como diputad@s, no es serio, me parece una verguenza.
PACHI ASI NO. recuerdo lo que le paso a ZP en Madrid con el caso TOMAS.... si quieres que las bases te ayudemos a aguantar la embestida del PP no te puedes reir de nosotros.
QUIZAS MAR NO ME SAQUES ESTE COMENTARIO, PERO SEGURO QUE SI LO LEERAS....PENSARLO BIEN.....
Leire Pajin: No existe constancia pública de que desenvolviese ningún tipo de actividad profesional, al margen de la política. El político por vocación, según Max Weber, está al servicio de ideales, mientras que el político profesional hace de esta noble actividad una carrera para mejorar su status social por medio del dinero y del poder. Hoy hay muy pocos políticos por vocación, en su mayoría se eternizan en cargos públicos, transformándose de pobres en ricos.
El político profesional sabe de todo y de nada, así puede manejar una locomotora o un avión, con la misma facilidad que una central hidroeléctrica. Si se enfrenta a un desastre económico, como el actual, siempre tienen la posibilidad de acogerse a una pega, que le buscará su amado "partido".
No es que tengan terror a la pobreza, pues saben muy bien que mientras estén en el poder, nunca serán parados; el Partido se convierte así en una agencia de empleo y no en canal de la ciudadanía para lograr el bien común.
No creo que las leyes hagan buenos a los hombres, por consiguiente, dudo de que las medidas legales permitan la transparencia, pues la costumbre de vivir a costa del fisco no es fácil de erradicar.
Por cierto, que la confianza pública ya está dañada, sin embargo, el desprecio popular a la política y a los políticos profesionales no significa, necesariamente, el fin de una combinación política. En la historia española ha habido y hay varios partidos y regímenes políticos carcomidos por la corrupción.
Pienso que hoy ocurre lo mismo con la "casta" que predomina en la actualidad. La corrupción por sí sola no derrumba a los regímenes de casta, pues son necesarios otros elementos para provocar el fin del predominio de los políticos profesionales.
No estamos en una pecera a la que bastaría cambiar el agua, para hacer transparente al Estado y los partidos políticos, por el contrario, creo que hay que romper el jarrón y la pecera para someter a los políticos al control popular.
Propongo medidas bien inspiradas, como establecer responsabilidades políticas y patrimoniales a los candidatos, la destitución de los parlamentarios cuando tengan responsabilidades en el mal manejo de fondos fiscales o de campaña, prohibir las donaciones anónimas y de empresas, formar una comisión de hombres honestos, que controlen la idoneidad política de "estos profesionales.
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