jueves, 7 de octubre de 2010

EL AÑO QUE LEÍ “LA CASA VERDE”


Era 1978. Yo tenía quince años y un amigo me regaló “La casa verde” de Mario Vargas Llosa. Todavía recuerdo la sorpresa que sentí leyendo una obra que se alejaba tanto de lo que hasta entonces había conocido. Ese fue el primer libro de otros muchos con los que aprendí a amar una manera de escribir y contar la vida que haría fortuna entre público y crítica. Aquella Bonifacia, apodada “la selvática”, fue el primer personaje que me llevó de la mano a la selva peruana, donde el calor y la humedad, el dolor y la supervivencia trenzan una realidad que en nada tiene que ver con nuestra certidumbre cotidiana.

Bonifacia, el Jaguar, Ambrosio y Santiago, Mayta, la tía Julia, o Conselheiro, Mascarita, Ricardo y Lily… Con su sofisticado manejo del idioma, este erudito del castellano nos ha regalado docenas de personajes cuyas vidas se pasean por los lugares que han marcado la vida de Vargas Llosa: Lima, Arequipa, Paris, Nueva York, Brasil.. La pasión, el erotismo, la política, el dolor, la revolución. La obra del flamante Premio Nobel recorre con maestría géneros diversos que van de la novela a la crítica pasando por el ensayo y el relato corto y en todas ellas dejó una parte de su huella vital, de una manera consciente, reivindicando en cada trabajo un pedazo de su existencia. Como el autor ha dicho en varias ocasiones, escribir ha sido, también, una forma de entregar fragmentos de su propia realidad, un manera de compartirla, recrearla y volver a vivirla, envuelta en un delicioso lenguaje, que el peruano maneja con precisión única.

El frenesí político de Amércia latina le enfrentó a García Márquez y le convirtió en profeta del liberalismo. Sus incursiones en política y algún episodio para olvidar empañaron un tanto su carrera durante la década de los noventa y su progresiva derechización – entre el apoyo explícito a Aznar, el respaldo a Piñera y la participación en la fundación de UPyD – le convirtieron en blanco de críticas debidas más a su posicionamiento ideológico que a la calidad de su obra. En una ocasión, recordando su propia experiencia, el autor de “La fiesta del Chivo” afirmó que “la política saca a flote lo peor del ser humano”; en su caso es innegable. Sin embargo hoy, cuando la Academia Sueca anunció un premio que ya nadie esperaba de tantas veces que se había negado, el aplauso fue prácticamente unánime; hoy el elegido era uno de los grandes, uno de los mejores. Veinte años después del último Nobel a un autor latino – Octavio Paz – Vargas Llosa agradecía desde la sede neoyorquina del Instituto Cervantes un premio que, según él mismo, “le obligará a seguir escribiendo”. Cuando sonó el teléfono, “el escribidor” andaba entregado a su segunda gran pasión: leía .

1 comentario:

Pablo Franco dijo...

Un ejemplo claro que alguien con unos valores humanos, digamos que discutibles, puede tener un talento especial para escribir, para ganar juicios o para meter goles.
El hecho de ser muy bueno en una faceta de la vida no te convierte en buena persona ni en referente de nada, por supuesto.
Esperemos que, como dijo, siga escribiendo mucho tiempo. Si además lo hace callado, mucho mejor.