jueves, 9 de septiembre de 2010

NAVARRO NO FUE SUFICIENTE



Todos lo veíamos venir. En realidad, desde el inicio del campeonato había un cierto tufillo a azufre en el aire que parecía indicar que cinco años gloriosos tocaban a su fin. La selección que nos enamoró con su juego, los chicos de oro que nos hicieron vibrar de nuevo con el básquet veintitantos años después de aquella bendita Olimpiada en Los Angeles, han perdido el toque mágico que parecía convertirles en invencibles; la “ñba” se desvanece.

En los previos al Mundial todo fueron buenas vibraciones. Tal vez porque el entusiasmo nos impedía detectar con nitidez que algo estaba cambiando en el sólido grupo que más éxitos ha cosechado para nuestro país. La fe en la mejor generación de baloncestistas de la historia, la inercia de un equipo adorado por su afición valía para ocultar que el juego no era el de siempre, ni el ritmo, ni la concentración, ni la intensidad… La entrega y la complicidad de los principales referentes del combinado español – Navarro, Rudy, Garbajosa, Reyes – se encargaron de ofrecernos la ilusión de que Turquía podía ser una reedición del Mundial de Japón, cuando la “ñ” saltó la banca del básquet y Gasol y compañía se auparon a la cima. Nada más lejos de la realidad.

España ya no es la de Japón, ni la de la Olimpiada, ni siquiera la del último Europeo, cuando superó una primera fase nefasta y comenzaron a sonar voces de alarma acerca del juego, el estado anímico del grupo y la empatía con el seleccionador. Los chicos de oro han dado paso a un equipo con más voluntad que criterio, con una abultada porción de su talento diluida en rotaciones imposibles que sólo frente a equipos menores – Líbano o Canadá – han dado resultado. Ayer, frente a Serbia, la heredera natural del talento yugoslavo, la Selección no encontró nunca el sitio ni el camino para acceder de nuevo a una semifinal mundialista. Desajustada en defensa, lenta en los momentos claves e inútilmente hiperactiva en muchas fases, tenaz pero sin brillo, España se vió superada no sólo por el triple final de Teodosic sino por el juego brillante y vibrante de una joven Serbia a la que, tal vez, le haya llegado de nuevo la hora del triunfo.

Navarro no fue suficiente; apesar de su acierto, a pesar de echarse el equipo a la espalda durante muchos minutos, a pesar de volver a ser el “gran capitán”. Tampoco lo fue la intensidad de Rudy, el acierto de Vázquez en defensa o que Marc se pareciera algo más a su hermano mayor en los momentos decisivos.. No fue suficiente que Ricky lograra serenarse a lo largo de la segunda mitad ni el coraje de Reyes o el liderazgo de Garbajosa.. No. No era suficiente porque hace días – tal vez semanas o meses – que la Selección perdió lo que la hizo campeona: ya no tiene “su” modelo de juego. No es tan sólo una cuestión de sentir el vacío de Pau o de acomodarse a la inesperada ausencia de Calderón; es algo más profundo – y grave – que ha ido modificando la apariencia, el juego y la capacidad de un equipo antaño demoledor y hoy enormemente vulnerable.

España tiene una grieta en su armazón por la que se han ido colando la desconfianza y la debilidad y ayer la sólida estructura se deshizo como la arena mucho antes de que el balón saliese de las manos del alero serbio. La Selección nunca fue la más alta ni la más fuerte ni siquiera la más veloz, pero su versatilidad, su intensidad defensiva y una capacidad cuasi infinita de relevos la convirtieron en la campeona más fiable del planeta. Ahora ya no es así. Scariolo convirtió un sistema de rotaciones en dos equipos de diferente talento y posibilidades que se relevan sin solución de continuidad, disminuyendo sus opciones y transformando en rigidez su flexibilidad anterior. La “ñ” ya no es una fábrica de soluciones al momento sino un combinado – dos, en realidad – incapaz de generar sorpresas.

La dirección de equipo ha sido otra de las damnificadas del nuevo sistema, si bien en este caso es cierto que la lesión de Calderón fue un inesperado contratiempo. Aún así, la escasa utilización de Llul y la evidente inseguridad de Ricky y López no son más que signos de las dudas de Scariolo, dudas que se fueron trasladando del banquillo a la cancha, de ahí a la grada y a las páginas de información deportiva convirtiendo en escepticismo el entusiasmo inicial. Lo demás era sólo cuestión de tiempo: nervios, baja concentración, debilidad defensiva y un equipo que intentó hasta el último momento rebelarse a golpe de talento contra su propio destino. Pero ya era tarde; ahí esperaba Teodosic…

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