martes, 15 de marzo de 2011

JAPÓN


La gigantesca ola que engulló el norte de Japón, dejó mucho más que desolación física a su paso. Japón, uno de los gigantes económicos de nuestro mundo contemporáneo, apenas empezaba a percibir la recuperación de casi dos décadas de letargo en los que pasó de asumir una posición de liderazgo mundial a ceder – no sin cierto sentimiento de humillación nacional – este puesto de privilegio a su eterna adversaria, China, y a sentir el soplo en la nuca de los llamados emergentes. Los japoneses comenzaban a notar los primeros síntomas de una recuperación que su economía precisaba de manera urgente en medio, eso si, de una crisis social y política de enorme trascendencia para un país con los principios y valores tradicionales en la sociedad nipona.

Hoy, buena parte de esa recuperación yace bajo el fango y los escombros de un desastre natural de consecuencias impredecibles, al cruzarse la “variable nuclear”, como algún opinador de referencia llamó al estado de alarma desatado ante la situación de las centrales afectadas – tres en este momento – por el seísmo, las réplicas y el tsunami. Con el índice nikei tocando fondo, la opinión pública internacional cuestionando la bondad de la energía nuclear y los dirigentes de mayor relevancia mundial con un ojo puesto permanentemente en Tokio, los japoneses intentan mantener la calma, cumplir los protocolos de seguridad y sostener, aunque sea de manera precaria, la cohesión institucional y social ante la mayor crisis que vive este país tras la II Guerra Mundial.

A pesar del enorme desastre natural y del peligro nuclear, conviene no despreciar el ejemplo nipón. El terremoto demostró que una sociedad tecnologicamente avanzada, ordenada, con un importante sentido de la responsabilidad colectiva y que cumple los protocolos de seguridad y prevención, puede superar o al menos minimizar los efectos de una situación gravísima. Es reconfortante, en momentos en que algunos, de manera irresponsable, insisten en clamar “menos leyes, menos Estado”, comprobar cómo una sociedad es capaz de demostrar para qué valen las normas cuando se cumplen y la importancia del sentido cívico y del respeto a las instituciones. Japón ha dado un magnífico ejemplo, del que deberíamos todos aprender; el sálvese quien pueda o el “en mi casa mando yo”, son sólo bravuconerías que sirven para hacer titulares pero en nada valen para mejorar la vida de los ciudadanos, crear sociedades que progresan y mucho menos en momentos especialmente críticos.

La otra gran lección es la necesidad de afrontar el debate sobre la energía nuclear con todos los elementos sobre la mesa. Cierto que las demandas energéticas de las sociedades contemporáneas interpelan a los gobiernos a la hora de definir propuestas sostenibles que den respuesta a las necesidades y cierto también que entre estas propuestas tiene cabida la energía nuclear - incluso en países cuyo compromiso ambiental y social es indiscutible - pero el riesgo inherente a esta opción en ningún caso puede obviarse y que deben situarse en el centro del debate. Japón, el país más solvente desde el punto de vista de la tecnología se muestra hoy incapaz de frenar la alarma nuclear; como se dijo en estos días, si Japón no puede, quién podría?.

La decisión anunciada por la señora Merckel de no prolongar la vida de las centrales no es una más, sino un punto de inflexión en un camino que parecía inevitablemente dirigido a abrazar la energía nuclear. Las palabras de Oettinger, el Comisario europeo de la energía, calificando la situación japonesa como “apocalypsis” no deja lugar a dudas, el futuro de la energía atómica habrá de reconsiderarse.

martes, 1 de marzo de 2011

PENAMOA


Silencio y trabajo; este era el conjuro que, hace tres años, repetía Silvia Longueira, concejala de Servicios Sociales de Coruña, intentando sobreponerse al estruendo que suscitó el Plan de Integración de Penamoa, uno de los mayores asentamientos chabolistas de Galicia. La inquietud de una parte de los ciudadanos, provocado por el desconocimiento que se tienen de estos procesos y la irresponsable actitud de la oposición política, dispuesta a agitar los sentimientos más bajos con tal de conseguir un puñado de votos, convirtieron el inicio de este Plan en un calvario para la ciudad y en caldo de cultivo para propuestas y personajes de lo más pintoresco.


Hoy, tras tres años de mucho trabajo y bastante silencio, Penamoa cae y esta caída es, probablemente, una de esas noticias que justifican una Legislatura entera. Terminar con un asentamiento como este, hacerlo integrando al 80% de las familias en viviendas normalizadas y desde itinerarios completamente anónimos es un ejemplo de lo que una sociedad madura e instituciones competentes son capaces de hacer cuando se lo proponen. El final de Penamoa se debe, por supuesto, al trabajo impecable de un equipo eficaz y profesional donde los haya; al compromiso firme de un Gobierno municipal que no se dejó vencer por el desánimo ni por acosos indecentes; al impagable ejemplo cívico de algunas entidades vecinales – con la A. VV del Ventorrillo y la Federación de AA.VV. en primer lugar – y sociales que comprendieron que este era el momento de la lealtad y la responsabilidad y, como no, gracias a una ciudadanía que lleva tres décadas colocando la política social como su prioridad y en esta ocasión no podía fallar.


Sólo quien ha tirado una chabola sabe cuánto trabajo y cuánto compromiso hay detrás. Qué decir de la eliminación de cien?. Penamoa cae gracias al trabajo y al silencio de la buena gente. Para todos ellos, hoy, la satisfacción y el orgullo. Penamoa cae a pesar de aquellos que no dudaron en utilizar la miseria, la pobreza y el temor como armas electorales. Para ellos, la vergüenza.