Rodrigo García era un niño de ocho años cuando su padre publicó “Cien años de soledad”, posiblemente la obra cumbre del “realismo mágico” y pasaba de la treintena cuando su padre, ataviado con un liqui-liqui, recibía el Nobel de literatura de manos del rey sueco. Entre ambas fechas, su vida en Nueva York, en México, sus estudios de Historia Medieval en Harvard, su formación como cineasta en el American Film Institute, su colaboración con el triángulo Cuaron-Del Toro- Iñárritu y una intensa personalidad creativa que guarda perfiles semejantes a los de su laureado padre.
Rodrigo, eso sí, nos ahorró el insoportable lamento del “hijo de famoso” que trata de convencernos de que la fama de papá (o mamá) no es sino una pesada cruz con la que debe uno cargar toda la vida; una cruz imposible de sobrellevar, especialmente si el talento del hijo está a años luz del famoso progenitor.. Rodrigo García nos ahorró el espectáculo y la impostura y tampoco quiso renunciar al apellido materno. Es posible que ser Rodrigo García Barcha fuese menos exigente para la vida, y es probable que el hijo de Gabo no precisase del plus que significa ser el heredero de uno de los mejores novelistas de la literatura castellana. Rodrigo sólo quiso ser un cineasta de la joven generación hispanoamericana, uno más de los nuevos creadores a los que Hollywood ha tardado pero al fin ha aceptado como “uno de los suyos”.
Pero el arte debe tener algo de genético, así que el director de “Madres e hijas” ha heredado del talento paterno una habilidad especial para transportarnos al límite de la realidad, a esa línea que separa lo cotidiano de lo mágico y construir historias hermosas, eternas, intensas y estremecedoras que nos permiten vislumbrar la cara oculta de la vida. García Barcha domina el lenguaje cinematográfico como Gabo la gramática y recrea en cada una de sus historias corales un universo propio, tan veraz como íntimo, pleno de matices y capaz de engullirnos en medio de personajes apasionantes que formarán ya parte del patrimonio de los cinéfilos. Rodrigo García es, además, un gran conocedor del alma femenina y sus retratos de mujeres que luchan por sobrevivir, por ser ellas mismas, por salir adelante pese a todo, confieren una coherencia envidiable en una industria demasiado dispuesta a vender su alma a las primeras de cambio.
“Madres e hijas” es, como lo fue “Cosas que diría con sólo mirarla” o “Nueve vidas”, una historia de mujeres que no se rinden, que sólo aspiran a sobrevivir con lo que la vida les ha reservado y que conforman un caleidoscopio de pasiones incomprendidas, victorias escasas y derrotas amargas, de dudas y certezas, miedos, dolor, alegría, soledad… la vida misma. Rodrigo García es un director de personajes, casi de personas, de vidas, de caracteres, de existencias.. Sus guiones son como un trocito de vida sazonado con unas gotitas de fantasía, la justa para permitirnos mantener viva la esperanza en el ser humano, pero no tanta como para que abandonemos los lindes de la realidad. En L.A. no llueve cien años seguidos, como en Macondo, pero las historias se cruzan como si la familia Buendía señalara el camino del azar.
Naomi Watts y Annette Bening componen en “Madres e hijas” dos magníficos trabajos. La una dando vida a una joven abogada, fría en sus maneras pero arrasada en su interior, agotada de una búsqueda no confesada, la de la madre que la entregó en adopción porque sólo tenía catorce años y porque la vida no siempre resulta ser lo que esperamos. La Bening ha decidido envejecer en pantalla, con menos botox y más arrugas que muchas actrices más jóvenes, pero con el carácter y la autenticidad de una gran intérprete – qué demonios habrá visto esta mujer en Warren Beaty??? - ; en el film nos regala a una mujer amargada y triste a la que la fortuna reserva una última oportunidad, la de ser feliz en su madurez con los restos del naufragio. Ambas son el eje en torno al cual circulan vidas e historias.. el maduro abogado de éxito que apenas puede comprender su relación con la Watts, la joven pastelera que aprende el valor de ser madre, el fisioterapeuta hispano que trae la luz a la vida de la Benning, la asistenta y su hija, la adolescente ciega… la vida, la realidad, las vidas, las realidades…
“Madres e hijas” no es una historia racial, ni siquiera un drama sobre la maternidad y la adopción.. es un trozo de vida, un trozo de realidad macerado en el talento de uno de “los García”; es un eslabón más en la carrera de un cineasta hispanoamericano que deslumbró en su primera pieza y que ahora vuelve a demostrar su capacidad para dirigir a las actrices – y a los actores.. cada segundo de Samuel L. Jackson vale un tesoro – y su gran facilidad para contarnos una – cien – historia – historias -. Por ponerle un lunar, es un poco decepcionante que el personaje de Naomi Watts, la profesional triunfadora, la mujer que con más certeza señala su destino, sea la que paga el precio mayor por sus decisiones.. debe ser que al final, la moral hollywoodiense no acaba de aceptar a una rubia, joven, guapa, lista.. y promiscua.. otra vez será!. Un consejo.. no os la perdáis.. García sólo rueda una película cada tres años!.
Rodrigo, eso sí, nos ahorró el insoportable lamento del “hijo de famoso” que trata de convencernos de que la fama de papá (o mamá) no es sino una pesada cruz con la que debe uno cargar toda la vida; una cruz imposible de sobrellevar, especialmente si el talento del hijo está a años luz del famoso progenitor.. Rodrigo García nos ahorró el espectáculo y la impostura y tampoco quiso renunciar al apellido materno. Es posible que ser Rodrigo García Barcha fuese menos exigente para la vida, y es probable que el hijo de Gabo no precisase del plus que significa ser el heredero de uno de los mejores novelistas de la literatura castellana. Rodrigo sólo quiso ser un cineasta de la joven generación hispanoamericana, uno más de los nuevos creadores a los que Hollywood ha tardado pero al fin ha aceptado como “uno de los suyos”.
Pero el arte debe tener algo de genético, así que el director de “Madres e hijas” ha heredado del talento paterno una habilidad especial para transportarnos al límite de la realidad, a esa línea que separa lo cotidiano de lo mágico y construir historias hermosas, eternas, intensas y estremecedoras que nos permiten vislumbrar la cara oculta de la vida. García Barcha domina el lenguaje cinematográfico como Gabo la gramática y recrea en cada una de sus historias corales un universo propio, tan veraz como íntimo, pleno de matices y capaz de engullirnos en medio de personajes apasionantes que formarán ya parte del patrimonio de los cinéfilos. Rodrigo García es, además, un gran conocedor del alma femenina y sus retratos de mujeres que luchan por sobrevivir, por ser ellas mismas, por salir adelante pese a todo, confieren una coherencia envidiable en una industria demasiado dispuesta a vender su alma a las primeras de cambio.
“Madres e hijas” es, como lo fue “Cosas que diría con sólo mirarla” o “Nueve vidas”, una historia de mujeres que no se rinden, que sólo aspiran a sobrevivir con lo que la vida les ha reservado y que conforman un caleidoscopio de pasiones incomprendidas, victorias escasas y derrotas amargas, de dudas y certezas, miedos, dolor, alegría, soledad… la vida misma. Rodrigo García es un director de personajes, casi de personas, de vidas, de caracteres, de existencias.. Sus guiones son como un trocito de vida sazonado con unas gotitas de fantasía, la justa para permitirnos mantener viva la esperanza en el ser humano, pero no tanta como para que abandonemos los lindes de la realidad. En L.A. no llueve cien años seguidos, como en Macondo, pero las historias se cruzan como si la familia Buendía señalara el camino del azar.
Naomi Watts y Annette Bening componen en “Madres e hijas” dos magníficos trabajos. La una dando vida a una joven abogada, fría en sus maneras pero arrasada en su interior, agotada de una búsqueda no confesada, la de la madre que la entregó en adopción porque sólo tenía catorce años y porque la vida no siempre resulta ser lo que esperamos. La Bening ha decidido envejecer en pantalla, con menos botox y más arrugas que muchas actrices más jóvenes, pero con el carácter y la autenticidad de una gran intérprete – qué demonios habrá visto esta mujer en Warren Beaty??? - ; en el film nos regala a una mujer amargada y triste a la que la fortuna reserva una última oportunidad, la de ser feliz en su madurez con los restos del naufragio. Ambas son el eje en torno al cual circulan vidas e historias.. el maduro abogado de éxito que apenas puede comprender su relación con la Watts, la joven pastelera que aprende el valor de ser madre, el fisioterapeuta hispano que trae la luz a la vida de la Benning, la asistenta y su hija, la adolescente ciega… la vida, la realidad, las vidas, las realidades…
“Madres e hijas” no es una historia racial, ni siquiera un drama sobre la maternidad y la adopción.. es un trozo de vida, un trozo de realidad macerado en el talento de uno de “los García”; es un eslabón más en la carrera de un cineasta hispanoamericano que deslumbró en su primera pieza y que ahora vuelve a demostrar su capacidad para dirigir a las actrices – y a los actores.. cada segundo de Samuel L. Jackson vale un tesoro – y su gran facilidad para contarnos una – cien – historia – historias -. Por ponerle un lunar, es un poco decepcionante que el personaje de Naomi Watts, la profesional triunfadora, la mujer que con más certeza señala su destino, sea la que paga el precio mayor por sus decisiones.. debe ser que al final, la moral hollywoodiense no acaba de aceptar a una rubia, joven, guapa, lista.. y promiscua.. otra vez será!. Un consejo.. no os la perdáis.. García sólo rueda una película cada tres años!.